La pandemia que, pese a la incertidumbre, ofrece algunos datos que evidencian una mejora a nivel global. “Picos de contagio” aparentemente ya vistos en los países europeos más duramente afectados, mejora del ritmo de recuperaciones, rápidos avances de cara a eventuales vacunas… No obstante, la prudencia ha de seguir imperando: está pendiente de confirmarse que EE UU entre en una fase de normalización, hay que prestar mucha atención a la evolución de los contagios entre los emergentes, la inmunización de los ya contagiados es incierta, el alto porcentaje de asintomáticos… El “cómo y el cuándo” volveremos a la normalidad siguen siendo una incógnita dada la naturaleza novedosa de la crisis. Y uno y otro son claves a la hora de poder determinar el impacto social y económico de la misma.

Mientras tanto, las autoridades monetarias y fiscales intentan allanar este tiempo de espera y la posterior salida desde el parón de la actividad real. Y lo hacen con claras diferencias frente a crisis previas, con la vista más puesta en particulares y empresas. En este sentido encajan algunas de las últimas medidas desde la Reserva Federal (2,3 bill. de dólares adicionales) o los continuamente revisados al alza paquetes fiscales en Europa.

La Semana Santa ha sido tiempo de dos acuerdos, ambos necesarios. El primero desde el Eurogrupo, dando luz verde a los tres pilares que comentamos la semana anterior: líneas de crédito del mecanismo de rescate MEDE y sin condiciones para el mayor gasto sanitario, un fondo de garantía del Banco Europeo de Inversiones para empresas y el nuevo programa europeo de apoyo al desempleo. En total 540.000 mill. de euros que, sin ser la “mejor de las opciones” para Europa, sí serían la “segunda mejor alternativa”, tras una responsabilidad fiscal más compartida. Y podrían no ser las últimas medidas coordinadas, habiendo debate en torno a la posibilidad de un Fondo para la Reconstrucción de Europa por mayor importe (1,5 bill. de euros). El segundo acuerdo ha venido de la mano de los países productores de petróleo, con un recorte de la producción de crudo efectivo desde mayo y que de forma escalonada se iría extendiendo hasta 2022. Aunque lo anunciado no compensa toda la caída de la demanda de crudo ocasionada por el coronavirus, sí lanza una positiva señal de compromiso en el tiempo para afrontar el exceso de oferta, y bien podría configurar un suelo para el precio del barril de petróleo.

Mercados que se adelantan a la recuperación de la economía real y que han visto mejoras muy significativas tanto en crédito como en renta variable. En esta semana ha sido el crédito de menor calificación crediticia uno de los grandes destacados, impulsado por las nuevas medidas de la FED, que incluyen medidas en este segmento de crédito, así como por las perspectivas de menores quiebras entre las petroleras tras el acuerdo de los países productores.

Si el mundo financiero parece “dibujar una V”, la economía real sigue con un lógico y elevado grado de incertidumbre. La recuperación de la confianza podría tardar y con ella, el consumo, la inversión, el empleo. Es propio de momentos de crisis la subida de la tasa de ahorro, ya sea por precaución, ya por recuperar parte de la riqueza perdida. ¿Cuánto “daño permanente” quedará en la economía? No hay una respuesta única o, al menos, nosotros no la tenemos. El tiempo para una vuelta a la normalidad o a la “pseudo-normalidad” es clave en términos económicos, incluso de supervivencia empresarial, y parece probable una diferente y gradual respuesta por sectores de actividad y, con ella, por países.