En mi época de universidad (y a lo largo de los años) aprendí que la evolución y el crecimiento del bien estar emergen de un proceso no planificado conocido con el nombre de destrucción creativa, identificado por un “charlatán” Austro-Americano llamado Schumpeter, y que versa
sobre la inevitabilidad de destruir para progresar. Veamos. De igual modo que en el plano biológico una especie homínida se extinguía para que otra (mejor adaptada) sobreviviese, en el plano económico ocurre algo similar con los proyectos y empresas poco adaptadas. Deben morir y liberar recursos para dar lugar al genuino crecimiento.

Hoy, el alto prelado de la ortodoxia Keynesiana (y el resto de planificadores de la economía) afirman que esto no es así y declaran que el progreso puede ser creado exnihilo (es decir, de la nada) a partir de la acción de un Dios benévolo llamado Estado. ¿Entienden ahora lo de
planificadores? Partiendo de la doctrina establecida por su profeta (Keynes), prometen la prosperidad y la felicidad a partir de la acción del Estado. La forma escogida para medir esa felicidad es el PIB (una medida central del catecismo Keynesiano hoy, y que combina el valor de las transacciones voluntarias realizadas por el sector privado con el gasto y la intervención realizados desde el Estado).
Deben saber ustedes que esta intervención del Estado se alimenta o bien de impuestos o bien de deuda. ¿Quiere alguien explicarme ahora en que parte de esa “felicidad” se computa el daño infringido en el balance nacional
como consecuencia de esa deuda? No se esfuercen.  El daño que nace de la acción del Estado (gasto) para aumentar la felicidad (PIB) en un año particular no se registra en las cuentas nacionales de ese año en curso. Es como si estuviéramos comprando felicidad a crédito, pero en realidad, y como suele pasar con las cosas compradas a crédito, no es nuestra. Es un insulto al intelecto no considerar ese daño en el PIB. Por lo tanto, debo decir que el propio concepto de PIB, como medida de progreso (y noción de felicidad para los planificadores), es otro disparate.
Eso, y no otra cosa, explica el estado actual de ensoñación general, con montañas de nuevos billones de deuda ganando alturas insospechadas. Ilusión de riqueza, pues al mismo tiempo observo montañas de escombros, sociedades rotas y nuevas capas acumulándose en los montones de deuda. ¿Qué es lo que se está fraguando en el mundo? Pensando en conjunto, me asalta una sensación de transitoriedad, de trayectoria sin patrón fortuita y probablemente pasajera. Como si todo fuera un truco de fiesta infantil que puede desvanecerse con el guiño de un ilusionista. Gracias, señores, por haber planificado tan bien. Todo lo dicho, entenderán ustedes que cada vez que escucho la palabra PIB (cosa que ocurre decenas de veces al día), me sobreviene un cierto rechazo de orden biológico. Pienso en ese concepto como algo tan grotesco y disparatado como un chorro de sangre en un lienzo de Pollock.