Una vez más (cruel azar) parece que se le plantea al pobre inversor un dilema digno de Corneille. No pretendo pecar de buenismo; siempre que sospecho que eso puede estar ocurriendo recuerdo aquella fábula del leñador que entra en el bosque con su hacha al hombro mientras los árboles dicen: tranquilos, el mango es de los nuestros. Dejen, no obstante, que les facilite un resumen de situación actualizado en tan sólo 8 puntos, a fin de contar con información algo más minuciosa, que nos permita plantear un desarrollo creíble de los hechos. La primera idea que creemos poder transmitir, sin temor a equivocarnos, es que si la “guerra” (entre comillas por favor) comercial se prolonga, los costos serán mayores para China.

¿Cuánto peor para China? La reciente alza anunciada el viernes en las tarifas (del 10% al 25% en US$ 200bn) provocará una caída del PIB de China del 0.3%. Si Washington establece tarifas adicionales sobre los US$300bn restantes, eso recortaría el crecimiento chino en otro 0.5%. Lo que nos dejaría en un 2020 con China creciendo al 5.2% (en ausencia de estímulos adicionales por parte de Pekín). En los EUA, las estimaciones de que dispongo hablan de un efecto en PIB de entre el 0.1% y el 0.3%.

¿Puede Pekín seguir confiando en los estímulos? No lo creemos. Si bien aún dispone de suficiente poder de estímulo monetario y fiscal para mantener su objetivo de crecimiento del 6% en 2019, eso sería a costa de permitir que el apalancamiento estructural aumentase nuevamente; algo totalmente en contra del “programa nacional de desapalancamiento y saneamiento” que venía implementando desde 2016. Ello significa que, o bien China afronta ahora esta negociación, o bien es enfrenta a una erosión de su base financiera, cambiaria, fiscal y monetaria, y por ende, de su PIB potencial; pues estamos convencidos de que en este entorno de deterioro en las métricas macroeconómicas, cada vez más empresas extranjeras se cubrirán (como ya está ocurriendo) cambiando sus cadenas de suministro desde China hacia otros centros, impactando, en último término, en la senda de PIB del país.

Washington juega (y jugará) el “hard ball”. Washington sabe que los estímulos de Pekín son limitados, por ello se siente cómodo. Según su visión, esta estrategia acabará dando lugar al pretendido “desacoplamiento” de las economías estadounidense y china. Algo buscado no solo por la Casa Blanca. Todos los medios de research independiente que consultamos convienen en afirmar que tanto “Demócratas como Republicanos en Washington no están de acuerdo en mucho, pero sí están unidos en su opinión de que China es una amenaza que requiere un rechazo firme”. Esto debe entenderse desde la óptica de la clase política de Estados Unidos, que ve el ascenso de China como el resultado de acciones “tramposas” (manipulación de divisa, subsidios nacionales, transferencia forzada de tecnología, etc.). Trampas que plantean a día de hoy un riesgo existencial a la tecnología, la económica y la propia supremacía militar estadounidense. Algo que, está claro, Washington no permitirá que ocurra.

Previsible movimiento de Pekín: ¿A qué sectores afectará? ¿Qué mercados se beneficiarán? La estrategia de Pekín parece orientada a responder a la presión con algo más de presión, pues Xi ha vinculado la legitimidad del Partido Comunista a mantenerse firme contra Estados Unidos, por lo que se ha autoimpuesto un estrecho margen de maniobra. Dicha presión de Pekín (no se extrañen) se realizará mediante la retención de compras de productos agrícolas de los EUA, algo que puede resultar favorable para el resto de países productores de granos, como Brasil o Argentina, en los que por cierto ya estamos percibiendo movimientos en materia de acuerdos agrícolas significativos con China. Dicho esto. Si el premier Chino opta por responder con presión, nos veremos obligados a revisar a la baja nuestros precios objetivos para el mercado de renta variable de China (a reflejar en las próximas entrega de la Opinión Corporativa).

¿Resultará ahora más difícil alcanzar un acuerdo? La imposición de todos estos aranceles dificulta que se alcance un acuerdo a posteriori, ya que una de las posiciones centrales de China es que las tarifas deberían revocarse cuando se firme el tratado. Ergo, cuanto mayor sea la carga arancelaria, mayor será la concesión que se requerirá a la parte estadounidense (y presumo que también en sentido contrario).

¿Cuál es nuestro escenario? Aparentemente, el riesgo de una “guerra” económica de desgaste indefinida es ahora incómodamente alta (tal vez, un 25% según se desprende del conjunto de fuentes consultadas). Nos inclinamos a pensar que las probabilidades aún siguen favoreciendo un acuerdo, basándonos en la realidad descrita. Si bien es cierto que tendremos que aprender a esperar algo más de tiempo. ¿Segunda mitad de año? Se prevé una cumbre Trump-Xi para el G20 en junio, de la que algún avance podría salir.

Conclusión. Siendo coherentes con todo lo que acabo de decir, mantenemos aún una visión constructiva para el entorno global, con recuperación paulatina del comercio internacional, y el ciclo en beneficios, si bien con algo menos de optimismo que en abril. Un escenario, si me lo permiten, en el que puede aplicarse aquel reflejo británico al que tanto me gusta aludir: “En la tempestad, conservar siempre la sangre fría”.
Cordiales saludos,

Álex Fusté

Economista jefe de Andbank