Hoy el Banco de Japón ha hecho pública su decisión de elevar sus medidas de estímulo económico por segundo mes consecutivo, ante las señales que muestran que la tercera mayor economía del mundo, después de la china y la norteamericana, está al borde de la recesión. En la misma línea de apoyo a su economía se pronunció la Reserva Federal (Fed) estadounidense hace tan sólo unos días. El presidente de la institución, Ben Bernanke, se defendió antes las críticas que había recibido desde distintos países, que le acusaban de intentar mejorar la economía de Estados Unidos a costa de empobrecer la de otros países, debilitando el dólar y encareciendo así las exportaciones desde países emergentes. Desde septiembre de 2008 y hasta finales de 2011, la Fed creó 1,8 billones de dólares (millones de millones) de dinero nuevo. Bernanke afirmó que los paquetes de estímulo a la economía que viene manteniendo la Reserva Federal en el último año son buenas para la economía norteamericana, pero también para el crecimiento global.

Y, mientras, en Europa, seguimos tratando de salir de la crisis económica, aplicando recetas de austeridad y, ante la petición por parte de cada vez más Gobiernos de pasar al estímulo económico, el asunto sigue a debate en las grandes instituciones, con un cruce de voces contradictorio entre la necesidad de continuar con los recortes y cumplir con las reformas estructurales para alcanzar los compromisos de déficit y calmar a los mercados, posición liderada por Alemania, y la necesidad evidente que demanda la Europa del sur como un clamor, de insuflar carburante en unas economías que no encuentran de dónde tirar para seguir creciendo, en un entorno de marcada austeridad. Como señalaba The Economist esta misma semana, los argumentos sobre la austeridad se están convirtendo casi en un fervor religioso.