Hay argumentos cuidadosamente envueltos por una pátina de lógica y racionalidad, y no por ello dejan de ser auténticas memeces. Los analistas somos expertos en esto. ¿Puedo yo establecer que ningún individuo va a morir en 2017 porque la declaración de los derechos humanos adoptada por las Naciones Unidas, lo más parecido a una Constitución global, establece claramente que todo ser humano sin excepción tiene derecho a la vida? Técnicamente hablando, si uno muere por vejez podría denunciar a todas las Naciones Unidas pues en su declaración no se establece que el derecho a la vida esté delimitado por ninguna fecha de caducidad. Tiene cierta lógica, pero sigue siendo una memez, ¿verdad? En la práctica, y especialmente en el mundo de los mercados financieros, los analistas incurren a menudo en este ejercicio de simplismo fructífero. El último ejemplo lo estamos viendo con el Brexit. Entre los escenarios que se barajan, los analistas, y el mercado, trabajan con el Soft-Brexit como opción más probable. Una suerte de solución poco disruptiva y que resultaría en el mantenimiento generalizado del actual Statu Quo. Dichos analistas defienden esta tesis bajo el pobre (pobrísimo) argumento de que el Hard-Brexit sería demasiado costoso para todos, cosa que no pongo en duda.
Pues bien, la propuesta del Soft-Brexit, basada en la tesis de que la alternativa es más costosa, me resulta naif. Pensar que el Reino Unido puede recuperar el control de la política de inmigración y recobrar el llamado “law making”, y a cambio contribuir al presupuesto comunitario para poder seguir accediendo al mercado único es del todo ingenuo. Sería como “comprar” el derecho a operar en el mercado único. Sería como adquirir a golpe de talonario ciertas dimensiones del tratado, las más interesantes, y desechar los matices menos provechosos. Convendrán conmigo al decir que eso resultaría en una especie de UE ‘a la carta’, a la que sin duda el resto de miembros también querrán echar una ojeada para ver qué tipo de relación con la UE les es más conveniente. Ridículo ¿verdad?
Descartado el Soft-Brexit, solo nos quedan dos opciones: el Hard-Brexit o el No-Brexit. Creo que a estas alturas ya podemos descartar esta última opción, con lo que el mercado y sus legiones de analistas deberían empezar a poner en precio la solución más disruptiva. Pero, ¿Cómo poner en precio esto? ¿Qué
puede suponer realmente el Hard-Brexit? Sin entrar mucho en detalle, me atrevería a decir que a corto plazo va a ser duro para ambas partes: UK y UE. Y a largo plazo, me inclino a pensar que UK sabrá reponerse mejor, mientras que la Europa continental seguirá divagando en un mar de dudas, y perdiendo atractivo poco a poco. Sí. Ya sé que hablar de crisis a futuro es sentar las condiciones para que no se materialice, pero todo lo que veo hoy dentro de la UE representa un auténtico desafío al pensamiento. Ya no hablo de política. Hablo de personalidad, de singularidad, de carácter. Entre un europeo y un norteamericano, diría que hay grandes diferencias, pero una en particular merece especial atención y tiene que ver con el concepto del propósito. Leí hace mucho tiempo una crítica a la idiosincrasia europea. Según aquella reflexión, un teórico europeo tiende a amar tanto la teoría que suele olvidar la finalidad última de ésta: su puesta en práctica. Un norteamericano, en cambio, se siente más intrigado por la aplicabilidad práctica de la teoría. Eso explica que, a pesar de ser unos pigmeos en la cronología histórica, los Estados Unidos hayan llegado antes a la luna o desarrollado, y utilizado, la bomba nuclear, que si bien supuso una atrocidad, les permitió acelerar el fin de la guerra. Todos fines prácticos en sí mismo. Lo que quiero decir es que, quizá, el europeo haya sabido antes cómo alcanzar la luna, pero siempre sobre el papel. La pregunta está, pues, servida: ¿Por qué en Europa no se quiere saber nada de la práctica? Quizá porque eso cuesta dinero y se prefiera destinar esos recursos a fines socialmente más aceptables; algo sin duda encomiable, pero que tiene consecuencias económicas. O quizá la respuesta sea más dolorosa. La práctica es, al fin y al cabo, lo único que puede revelar que una teoría es errónea, de ahí que los europeos tiendan a la falta de aplicabilidad practica, o lo que es lo mismo, a no querer conocer el error, algo típicamente europeo. Si esto es así, ya tienen un boceto de lo que puede ser una visión a largo plazo.
Disculpen esta adormecedora e interminable digresión. Lo admito, una frivolidad narrativa excesiva y una conclusión, quizá, simplista, pero que surge de largos años de mirar a la Europa del presente y del pasado, más que de seguir mirando a través de los ojos de un europeo. Sin duda, un ejercicio más neutral. Quédense con lo planteado a corto plazo en cuanto al Brexit, y si les apetece, con las especulaciones a más largo plazo.
Cordiales saludos

Álex Fusté

Economista jefe de Andbank