Elaborado por Juan Luis García Alejo, director de Análisis y Gestión de Inversis Banco, y publicado en su blog RATm (Rage Against The mARKETS).

El libro Capital in the Twenty-First Century de Thomas Piketty ha entrado en la arena económica como un elefante en una cacharrería. Ha sido una provocación. Un soplo de aire fresco. Su tesis: que la riqueza crece más rápido que el PIB, lo que unido al hecho de que aquella esté distribuida de forma desigual, hace que crezca la distancia entre los que más y los que menos tienen. Estos son los hechos; el corolario que añade el francés es que esta situación socava los principios de la democracia y la justicia social.

Desigualdad, ¿buena o mala?

La desigualdad entre las personas existe. No es discutible. No pasa nada porque seamos distintos. Sobre todo cuando esas diferencias parten de la expresión del potencial del individuo: su libre albedrío. Dentro de las elecciones y situaciones personales, las circunstancias económicas forman parte del dibujo de una sociedad.

Cuando la diferencia hace referencia a la desigualdad entre el que más tiene y el que menos tiene debe haber límites. La desigualdad extrema es inadecuada. Cuando la desigualdad crece hacia cotas extremas es momento para arquear una ceja estilo Ancelotti. El 0,1% de los americanos más ricos hoy poseen el 22% de la riqueza del país. En 2003 no llegaban a poseer el 15%. Entre los años 1950 y 1990 poseían alrededor del 10%. Los ricos cada vez más ricos. Cuando la tasa de retorno de los activos crece más que el PIB, la acumulación de riqueza se produce como consecuencia inevitable de la dinámica económica de nuestro sistema. La desigualdad está creciendo (los índices de Gini o los índices de Theil lo confirman) y lo hace de forma continua desde hace algo más de 25 años. Esto es un hecho.

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