Cuando hablamos de activos High Yield nos referimos a aquellos emitidos por países o empresas que han recibido una baja calificación por parte de las agencias de evaluación de riesgos y tienen que pagar un interés más alto al inversor porque está asumiendo más riesgo al comprarlos.

Las agencias como Standard & Poor’s, Moody’s o Fitch, por citar las más representativas, califican los bonos corporativos según la seguridad que le ofrecen al inversor. Y, así, establecen una distinción entre ‘grado de inversión’, calificación que otorgan a los bonos con elevada solvencia, y ‘grado especulativo’ o alto rendimiento, la traducción al español de high yield, que indica que tienen un nivel más bajo de calificación crediticia,  lo que se refiere a una mayor probabilidad de riesgo de impago y a la prioridad de cobro por parte de los acreedores en esta circunstancia.

Se trata, por tanto, de compañías con un riesgo más elevado de impago y por eso deben pagar un mayor interés para atraer a inversores que quieran comprar sus bonos. Y, aunque suponen una inversión con un mayor riesgo, han producido históricamente rendimientos más elevados que otras opciones de inversión, superando en algunos ejercicios la rentabilidad conseguida por las acciones.

Los expertos estudian diversos factores en el proceso de emisión de High Yield por un Estado o empresa, como  la situación financiera de la compañía, el grado de apalancamiento y la liquidez de la empresa, para establecer el diferencial de crédito o spread.

En suma, son activos en los que se asume un mayor riesgo, pero con una ratio rentabilidad/riesgo elevada.