Un año después de que la crisis de la deuda pública en la Eurozona diera sus primeros coletazos, el incendio, lejos de sofocarse, cada vez está más vivo. El segundo ataque en los mercados secundarios de deuda se ha unido al frenazo en la política expansiva del BCE, con Dragui pasando de ser Súper Mario Dragui al continuismo de las prácticas del periodo de Trichet. Todo esto en un terreno político pantanoso. Los inversores descuentan un cambio en las prioridades políticas con la victoria de Hollande en Francia y una posible salida de Grecia del euro, donde el mapa electoral dibuja incertidumbre.

En este contexto, los alcistas no saben ya donde meterse mientras que los bajistas han recuperado la felicidad que perdieron con la prohibición de las posiciones cortas a finales de 2011. Los ataques especulativos se han ensañado en el mercado secundario con los países periféricos por el posible efecto dominó que generaría que el mapa político heleno ahondara aún más en la crisis griega. Al final, el problema sigue siendo político. Por magnitudes fundamentales evidentemente la situación de la Eurozona no es la más deseada, pero la falta de unión fiscal y política es la que encrudece la crisis y da pie a escenarios mucho peores del existente.

Ahora, la política en pro de la austeridad que exigió el famoso eje Merkel-Sarkozy o, mejor dicho, que impuso la canciller alemana con apoyo de su homólogo francés, parece tambalearse. Porque cada vez más expertos, opositores y ya algún gobernante europeo, pregonan que la austeridad ahoga la recuperación y que hay que ejecutar políticas de crecimiento. En febrero Bruselas pronosticó una caída del PIB de la Eurozona de tres décimas (1,7% para España) para 2012, previsión que se ha revisado muy a la baja desde la última.

La teoría de la austeridad pregonada por Merkel se basa en dos pilares: (1) intento de seguir con vida política en Alemania, donde no se ve con muy buenos ojos que el país germano preste a estados con problemas por haber sido irresponsables, aunque no parece que le vaya a ser suficiente; y (2) una teoría económica por la que la austeridad acaba generando crecimiento “limpio”. En el primer caso, se ha visto castigada en las elecciones de la región de Renania del Norte Westfalia. O con bandera de austeridad para Europa o sin ella, todo apunta a que tendrá que dejar el cargo en las elecciones del próximo año. En cuanto al segundo punto, Merkel ya aseguró tras la derrota electoral de su partido en una de las regiones más importantes del país, que continuará defendiendo la austeridad porque no es incompatible con una política de crecimiento y porque a la crisis griega no se llegó por exceso de políticas austeras, sino por excesos con el déficit. Con lo segundo es evidente que tiene razón, con lo primero, según se mire. Desde el punto de vista teórico, la austeridad permitiría reducir la prima de riesgo en la periferia, consiguiendo los países financiación más barata. Esto reduciría los tipos de interés del mercado, mientras que aunque la austeridad traería como inmediata consecuencia una contracción de la demanda agregada, el abaratamiento de la financiación, unido a un mercado laboral más flexible que se ajustara por precio (salario) en vez de por cantidad (desempleo), provocaría una recuperación de la economía y como última y perseguida derivada, la creación de empleo.

Importantes riesgos

Ponerse objetivos fiscales o compromisos, provoca decepción en los mercados si no se cumplen. Pero, ¿por qué imponerse objetivos a corto plazo tan exigentes? El inversor que compra deuda a diez años quiere saber si va a cobrar dentro de diez años, igualmente si son bonos a cinco años y a dos años. Por lo tanto, igual de importante que el déficit no sea excesivo, es que el país pueda generar ingresos y reducir gastos automáticos (subsidios por desempleo u otras ayudas) a medio y largo plazo. La histéresis de cumplir con un cifra concreta a uno o dos años, ahoga el crecimiento y no define la situación a largo plazo. Además, una contracción de la demanda agregada puede generar equilibrios estructurales con un desempleo alto que son difíciles de romper a la baja, e incrementos de la morosidad que incidan en los balances bancarios.

Sin embargo, hablar de políticas de crecimiento resulta algo ambiguo. Si hubiera una política con la que crecer con fuerza, nadie dudaría en usar esa varita mágica y salir de esta crisis. Pero no es tan fácil, y conseguir crecimientos leves sin consolidar una recuperación a costa de aumentos del déficit puede ser fatal. Quizás lo que los mercados quieren (o lo que ahuyentaría ‘animal spirits’ bajistas) sea políticas pragmáticas de cierta austeridad en el gasto en comparación con el periodo precedente e inversiones productivas que persigan el famoso multiplicador keynesiano (un gasto que genera un producto mayor del primero, con efecto multiplicativo). En realidad, lo que se trata es de que haya políticas coherentes guiadas por el sentido común en el seno de una unión política y fiscal en la Eurozona. Algo que por ahora suena tan razonable como lejano.