En los últimos 18 meses, el gobernador del Banco de Japón ha desplegado una artillería de medidas: aumentó sus compras de activos hasta los 80 trillones de yenes anuales, extendió el programa de cobertura de ETF y fondos de inversión inmobiliaria y empujó las tasas de interés a territorios negativos.

Gran parte de este esfuerzo se ha orientado a dar apoyo a los mercados financieros pero también a reducir el valor del yen, con la esperanza de que una divisa débil contribuya a reactivar la economía. En términos simples: no ha funcionado. Desde que las tasas pasaron a ser negativas en enero, el yen se fortaleció un 9% con respecto al dólar.

‎Los políticos parecen desesperados por introducir medidas que eviten un ciclo vicioso en el que una divisa fuerte provoque un sentimiento de riesgo alto y, a su vez, ese riesgo lleve a los inversores a comprar aún más yenes como refugio.

¿Por qué? Tras un intenso y acalorado debate con mis fuentes en Japón, en el cual solicité argumentos, flujos de datos y el origen de estos flujos, he podido alcanzar las siguientes conclusiones:

  1. Un amplio movimiento de cierres de cortos en yenes-por parte de especuladores y HF endeudados en yenes para el carry trade en otras divisas de mayor rendimiento- ha tenido lugar y no ha sido beneficioso para los objetivos del Banco de Japón.
  2. Muchas compañías japonesas han decidido cubrir recientemente sus ganancias en el extranjero(muchas divisas han recuperado parte de lo perdido), mediante la venta corta de esas divisas en contraposición a posiciones largas en el yen, lo que ha venido presionando al alza a la moneda japonesa.
  3. Finalmente, un flujo monetario real hacia Japón derivado del actual superávit en cuenta corriente (repatriación), que llegó a 22,4 billones de dólares en febrero tras 20 meses de crecimiento, también ha jugado en contra de las intenciones del Banco de Japón.

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