Maquiavelo describió en su ensayo «El arte de la guerra» el concepto de «virtú», y lo circunscribe a la figura del comandante en jefe, y a la genial idea de que «para triunfar, el general debe ajustar su estrategia a las condiciones que encuentra. Cualquier general que insista en una estrategia preconcebida, esta condenado al fracaso».

Por todos es conocido el deseo de China por dominar y consolidar su influencia sobre los países de la región asiática. Hasta hace poco la estrategia de Beijing, para materializar su plan, pasaba por financiar grandes infraestructuras en los países de su entorno, quienes por supuesto aceptaban las condiciones onerosas de los préstamos concedidos desde Beijing, apremiados por la necesidad de reactivar sus economías tras la Gran Crisis Financiera del 2009. Detrás de esta estrategia seesconden grandes iniciativas, como el OBOR (One Belt One Road), de naturaleza aparentemente mercantil, pero destinada a atraer el máximo número de países hacia la órbita China mediante el desarrollo de infraestructuras portuarias a crédito. Como describiría Maquiavelo, esta parecía ser una estrategia perfectamente adecuada a las condiciones imperantes de economía global y colaboración internacional. Sin embargo algo cambió abruptamente en los últimos meses; y el “gran general” Xi Jinping pareciera haber concluido que quizás sería buena idea ajustar la estrategia nacional, ahora que Occidente se desliza hacia la crisis económica más grave desde el fin de la II Guerra Mundial.

Los conocedores de la obra de Maquiavelo, y que no creen en las coincidencias, no deberían encontrar extraño que China haya acelerado de forma tan ruda con la Ley de Seguridad Nacional en Hong Kong, en una legislación que extiende el control directo de Beijing sobre la ciudad autónoma, y que tiene ramificaciones potencialmente masivas para las libertades políticas de la ciudad. Tampoco les debe extrañar que el pasado 19 de junio, China zarandease a Taiwán con unas maniobras aéreas que violaron su espacio aéreo. Algo muy poco frecuente (solo habría ocurrido en 6 ocasiones desde que en 1949, y tras la llegada del Mao Zedong, se declarara la independencia desde Taiwán). Tampoco les debe extrañar el gravísimo incidente entre China e India, precisamente el 19 de junio, en la frontera que ambos países mantienen en el valle Ladakh Galwan, y que acabaron con enfrentamientos entre las tropas de ambos países en los que murieron más de 20 soldados indios. Preguntando a algunos analistas políticos sobre este incidente, las respuestas iban en la línea de que “aparentemente, las fuerzas chinas instigaron la confrontación” (Tom Miller 6, Julio 2020). Al parecer Beijing rechaza la decisión de Nueva Delhi de designar el valle de Ladakh (que pertenecía a la región autónoma del Kashmir) como zona bajo el control del gobierno central de Delhi. Beijing pretendía ganar influencia en esta zona fronteriza con la India, quizás por ese estatus de autonomía del Kashmir, que garantizaba escasa presencia del ejército Indio). Beijing consideraba la zona de Ladakh como una zona vital de su frontera Occidental, y de hecho, venía construyendo importantes infraestructuras militares en su lado de la frontera. Nueva Delhi respondió con la construcción también de carreteras, puentes y pistas de aterrizaje militares cerca de la frontera, con el objetivo de alcanzar el mismo grado de desarrollo militar, y neutralizar la amenaza en la zona. Algo que no gustó a Beijing, quien decidió “dar una lección de fuerza”.

El reciente cúmulo de acciones orquestadas desde Beijing en relación a Hong Kong, India o Taiwán, representan un claro endurecimiento de su campaña de dominio e influencia regional, y no es coincidencia que ocurra justo en un momento de máxima flaqueza en los Estados Unidos y en Europa. Recuerden lo que dijo el político florentino: “La virtú consiste en ajustar la estrategia a las nuevas condiciones”, y no cabe duda que las condiciones globales son otras ahora. Como inversor que canaliza recursos hacia el mercado chino, lo que veo me disgusta y preocupa.

Por lo pronto, India se está sumando ahora a ese grupo de países de la región que reorientan su política de alianzas hacia países de “mentalidad más democrática”. Tras el grave choque con China en junio, y dada la evidente asimetría de poder (Beijing tiene un gasto militar que triplica al de Nueva Delhi), puede intuirse que la única manera de alcanzar una garantía de seguridad en la India es a través de una alianza formal con otros países. ¿Adivinan con quién? Tras el “incidente” con China, muchos países como Francia o Israel contactaron a Delhi para ofrecer equipamiento de defensa. Pero el apoyo potencialmente más consecuente es el que brindó los Estados Unidos mediante un apoyo explícito y oficial en relación al choque, poniendo encima de la mesa no sólo su amplio portafolio de armas, sino también sus propios servicios de inteligencia.

Para entender el contexto en el que se juega esta nueva guerra fría, Washington mantiene alianzas con países importantes de la región, como Japón, Corea del Sur, Filipinas o Australia; pero ha perseguido por largo tiempo el objetivo de incorporar a la India a esta red de alianzas con el objetivo de poner fin al expansionismo chino (también) en el Índico. Ya en 2005, George W. Bush firmó el acuerdo bilateral nuclear con la India. En 2015, Obama firmó el Joint Strategic Vision (JSV) para la cooperación en seguridad en el mar de la India, afirmando que “la relación entre USA e India podría representar la asociación definitiva del siglo XXI”. Incluso Donald Trump, en 2017, buscó el acercamiento con la India en su “National Security Strategy”, en la que se indicó la necesidad de llevar el JSV de Obama un paso más allá y convertirlo en un tratado Indo-Pacífico, libre y abierto, con la India como principal aliado militar. Luego vino la torpeza infinita del presidente Trump de retirar el estatus comercial de “nación más favorecida” a la India, haciendo saltar por los aires el trato comercial preferencial. Por suerte, y dándose cuenta de las dimensiones ciclópeas de su error, Trump viajó velozmente a la región de nacimiento del Primer Ministro Indio Narendra Modi (en Gujarat), para cantar las alabanzas del digno mandatario local ante sus paisanos. De algo debió servir la visita, pues el Premier Indio cerró la compra de helicópteros militares y otros equipamientos de defensa por valor de USD 30bn. ¿Se daría cuenta Trump de cuán rentable resultaría tener una relación comercial estable con el país que tiene el tercer presupuesto de defensa más grande del mundo?

¿Qué va a ocurrir ahora con el entramado de alianzas? ¿Dónde queda China? De momento, la India ya ha prohibido algunas importaciones desde China, y ha ilegalizado las descargas de 59 aplicaciones tecnológicas chinas en el país (entre ellas, la popular Tik-Tok). También ha rescindido el contrato a empresas chinas especializadas en “Smart electricity” y equipamientos de transporte. Igualmente ha suspendido inversiones chinas en plantas de automoción, y Delhi pretende mantener a las empresas chinas “lejos” de las infraestructuras nacionales consideradas críticas (particularmente la red 5G). Incluso el CEO de Carnegie-India invitó al gobierno de Delhi a trabajar más estrechamente con socios estratégicos y reducir la dependencia de China. De la misma manera, antiguos embajadores indios en Beijing (Ashok Kantha o Gautam Bamawale) sugieren abiertamente que “la India debe alinearse con los EUA”. Todo esto mientras los llamamientos al boicot de productos chinos recorren el país. Obviamente, desde un punto de vista estrictamente económico, esto debería generar algún dolor para la India en el corto plazo, pues la cadena de suministros en la India es altamente dependiente de materiales chinos. Cabe recordar que China e India han desarrollado importantes vínculos comerciales durante las dos últimas décadas, valorados en más de USD200bn. En el ámbito geopolítico, y mientras se desarrolla esta desconexión económica entre ambos países, no me cabe duda que una alianza total de la India con los EUA sería considerada por Beijing como una amenaza directa y una señal de alarma. Lo que hace que sea poco probable. Lo que sí se da por hecho en los círculos de análisis político, es que la India acabe profundizando la actual alianza multilateral conocida con el nombre del “Quadrilateral Dialogue” (QD). Una suerte de acuerdo en materia de seguridad, concebido en 2007 y conformado por Japón, EUA, Australia y la India. La formula multilateral se impone sobre la bilateral, aunque de facto representen lo mismo. Hasta ahora, la India se ha resistido a participar activamente en las maniobras marítimas conjuntas organizadas por el grupo QD, por la simple razón de que Delhi pretendía mejorar las relaciones comerciales con Beijing, evitando dar la impresión de que se estaba forjando una alianza militar entre estos cuatro países. Ahora, esto ha cambiado radicalmente y la India ya ha dado muestras de reorientar su estrategia de alianzas hacia los EUA. El fin de la era del “Non-Alignment” de Delhi podría haber llegado. Lo que oficialmente se conocía como el “Strategic Autonomy” de la India. Ahora, este acercamiento oficial de Delhi hacia Occidente, de llevarse a cabo, va a configurar un nuevo panorama en el ámbito de la seguridad, y muy probablemente también en el ámbito del comercio. El Reino Unido, que no quiere perder sus chances de tener a la India como aliado, ha propuesto que la India forme parte de un selecto grupo denominado “the Democratic 10”, en el que, por supuesto, no estará China.

Tengo claro que Beijing, movido por el deseo de consolidar su dominio en Asia, ha cometido la torpeza de ajustar (acelerar) su estrategia de expansión, probablemente considerando que las nuevas condiciones globales le eran propicias. Tengo también claro que las acciones de Beijing ya están teniendo consecuencias: 1) La Hong- Kong bill en el congreso de los EUA por acuerdo bipartito, con sanciones a oficiales y bancos chinos. 2) El cierre de consulado chino en Houston y la amenaza de expulsión de todos los diplomáticos chinos del país. Un golpe definitivo para las relaciones comerciales. 3) El probable fin del acuerdo 2013 por el que las empresas chinas podían listarse en los mercados de valores de los EUA. 4) El fin del estatus especial de Hong Kong como plaza financiera internacional. Recuerden que toda potencia económica debe tener un hub financiero con estatus internacional. 5) Una oferta ofensiva desde Londres para permisos de nacionalización a más de tres millones de residentes en Hong Kong. 6) Y ahora, la pérdida de un socio estratégico como la India, que podría otorgar a Occidente un control efectivo sobre una zona crítica de paso comercial.

China se aísla. Lo hace a un ritmo vertiginoso. Y gane quien gane en las próximas elecciones en los EUA, situará en la Casa Blanca a un presidente decidido a continuar con las políticas de aislamiento de Beijing. Cada uno a su manera. Trump por la (dolorosa) vía de la guerra comercial y sanciones. Biden por la (elegante) vía de los acuerdos con terceros, como en su día intentara Obama con la creación del TPP (Trans Pacific Partnership). Lo irónico es que a Beijing quizás le interese una victoria de Trump, pues muy probablemente entienda que la estrategia fina de Biden, sólidamente forjada en base a coaliciones entre países del mundo libre, resulte potencialmente más letal que las ordinarias maneras del actual presidente.

Sea como fuere, las (no menos) obtusas maneras de Beijing, en su trato hacia el resto de países vecinos, acelera su particular proceso de aislamiento. Y esto tendrá consecuencias potencialmente graves para todos los activos chinos. Empezando por sus empresas, con un potencial de-listing en ciernes. Siguiendo por su deuda. Y
acabando por su moneda, cuyas aspiraciones de alcanzar cotas elevadas de representación en las reservas internacionales, quedarán en recuerdo taciturno.

Cordiales saludos.

Alex Fusté

Economista jefe de Andbank